Se peinaba y peinaba
Se peinaba, y se peinaba, y se peinaba, y se peinaba, y se peinaba, y se peinaba y se peinaba. Y venga a peinarse. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que peinarse, y peinarse y peinar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a peinarse. Peinaba todo y cualquier cosa, su pelo, los perros, los gatos, el sofá, la alfombra, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus 3 meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de allá. Le metí la tijera en el pelo y agarré el peine para detenerla. No se murió de eso, sino de no peinarse: se le reventaron los pelos del pelo por dentro.
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